Héctor Enrique Gaxiola Carrasco
Doctor en Ciencias Sociales. Investigador independiente.
hectoreg@uas.edu.mx
Este artículo destaca la posibilidad real que se abre para México, y sobre todo para Sinaloa, líder productor de tomate en el país, con el reciente descubrimiento en Estados Unidos de América (EUA) de aprovechar los desperdicios de este producto (aquellos no aptos para su venta) para producir energía eléctrica. Y ello mayormente porque nuevas investigaciones apuntan para que también se pueda a partir de muchos tipos de cultivos y desechos orgánicos, de los que en México y Sinaloa se generan en grandes cantidades.
Esta propuesta tiene beneficios adicionales, una vez operada a gran escala. Este descubrimiento servirá para solucionar la elevada pérdida y desperdicio de alimentos (de recursos: agua, energía, mano de obra, etcétera que estos desperdicios generan) que son clasificados como desechos, por su no utilidad económica1.
Faltará también analizar si social, ética y económicamente sería correcto optar por la opción arriba expuesta, si al futuro existieran otras en la que se puedan aprovechar estos desechos agrícolas para beneficio de la alimentación o salud. Un ejemplo de lo anterior es obtener ingredientes nutracéuticos para cápsulas o para colorante alimentario, los que pueden obtenerse a gran escala a partir de oleorresina de licopeno (resina aceitosa), usando tomates de desecho; un proyecto originario de Almería, España, viable económicamente y útil para la alimentación y la salud (Expósito, 2014).
Datos acerca del desperdicio de alimentos
La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) señala que 1300 millones de toneladas anuales se pierden o desperdician en el mundo, suficientes para alimentar a 3000 millones de personas.
Los países industrializados pierden más comida en las fases de comercialización y consumo, mientras que en las naciones en vías de desarrollo, que con frecuencia carecen de las infraestructuras necesarias para hacer llegar todo el alimento en buen estado a los consumidores, la mayor parte de las pérdidas tiene lugar en las fases de producción, poscosecha y procesado (Neira, 2014).
El artículo completo está disponible en el número 10, páginas 21-23, de su revista Agroexcelencia.
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